sábado, 14 de septiembre de 2013



Nocturno 

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. 
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más 
solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote 
hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón. 
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, 
y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los 
patios vacíos? 
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las 
mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, 
como si se afixiaran dentro de las paredes. 
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, 
en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles 
para que tuviéran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a 
veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, 
tiene algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, 
como un gato o como un ladrón. 
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el 
lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura 
comparable a la de acariciar algo que duerme. 

Oliverio Girondo





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